“En
aquellos días, después de esa tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no
irradiará su resplandor, las estrellas caerán del cielo y los ejércitos
celestes temblarán. Entonces verán llegar al Hijo del Hombre entre nubes, con
gran poder y gloria. Y enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos desde
los cuatros vientos, de un extremo de la tierra a un extremo del cielo.
Aprended del ejemplo de la higuera: cuando las ramas se ablandan y brotan las
hojas, sabéis que está cerca la primavera. Lo mismo vosotros, cuando veáis
suceder aquello, sabed que el fin está cerca, a las puertas. Os aseguro que no
pasará esta generación antes de que suceda todo eso. Cielo y tierra pasarán,
mas mis palabras no pasarán. En cuanto al día y la hora, no los conoce nadie, ni
los ángeles en el cielo, ni el hijo; sólo los conoce el Padre”.
(Mc. 13, 24-32)
Jesús dice: “Mis
palabras no pasarán”. Pero las palabras de Jesús hay que entenderlas, hay
que interpretar lo que significan, para no caer en error. En este texto (ya al
final del año litúrgico) se habla de dos acontecimientos (un tanto mezclados):
Se habla de la destrucción de Jerusalén, que ocurrió en el año 70, a manos de
los romanos; y se habla del final de los tiempos, final de este mundo. Y una y
otra cosa se expresa en lo que se llama “lenguaje apocalíptico”. La literatura
apocalíptica es la expresión con que se designa en el judaísmo tardío y en el
cristianismo naciente (150 a. C. – 100 d. C) a un tipo de literatura importante
y original. Se compone de imágenes, de símbolos, con frecuencia tomados del
cosmos. Nunca hay que tomarlos al pie de la letra, sino tratar de ver qué es lo
que quiso decir el autor con esas expresiones tan llamativas, y muchas veces
incoherente. El nombre de “apocalíptica”, se le dio mucho después, por
semejanza con el libro del Apocalipsis (Último del Nuevo Testamento)-
Los profetas lo habían
empleado con profusión. Al tener que hablar de cosas pertenecientes a la órbita
de lo misterioso, de lo no conocido experimentalmente, nada como el lenguaje
simbólico se adapta a las exigencias de este género. La dificultad para el
intérprete y el lector moderno, sobre todo occidental, reside en la gran
cantidad de símbolos.
A muchos, estas
palabras que el evangelista Marcos pone en boca de Jesús, les produce una
sensación de miedo, de terror. A otros les deja impasibles e indiferentes,
porque piensan que el fin del mundo está todavía muy lejano, y, a ellos, por
mucho que puedan vivir, no les tocará sufrirlo.
Lo de la destrucción
de Jerusalén, ya ocurrió; y fue un verdadero desastre y una gran desolación
para el pueblo judío, incluida la destrucción del Templo de Jerusalén.
En lo referente al fin
del mundo, tenemos que quedarnos, sencillamente, en que este mundo llegará un
tiempo en que desaparecerá. ¿Cómo? ¿Cuándo? Dice Jesús: ”En cuanto al día y la
hora, no los conoce nadie, ni los ángeles en el cielo, ni el hijo; sólo los
conoce el Padre”. Queda por tanto en las manos exclusivas de Dios. Él lo creó,
y él lo hará desaparecer cuando lo crea conveniente. Lo cierto es que
dará paso a otro “mundo”, la eternidad con Dios. Es por tanto un mensaje de
esperanza.
Félix
González
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