Conocí a María Emilia por medio de una revista titulada
“Sencillamente amar” que me había regalado una hermana cuando por primera vez
fui a tocar la puerta de la “casita de la Gruta de Lourdes”.
Esa misma noche que llegué a mi casa, leí el comic acerca de
la vida de aquella mujer con la intención de conocer más a dónde me estaba
metiendo, deseaba saber más sobre ella, sobre la congregación, me leí toda la
revista. Lo que más me llamó la atención, recuerdo, fue la valentía de aquella
mujer, la capacidad de vencerse a sí misma, cuando tomó el piojo del niño
pobre… o cuando se puso el cinturón que no le quedaba para aquella fiesta… en
fin…; también me impresionó más la valentía de seguir adelante después de la
muerte de sus padres y de su hermano. Toda la revista me invitó a leer más y
llegó el pequeño libro de “Monte Arriba” (I. Aizcorbe) cada vez más sentí la
llamada a ser misionera, una misionera sin fronteras.
Ahora me encanta su sencillez y humildad, este sello que nos
ha dejado y desde ahí el abandono en las manos de Jesús. En ella he encontrado
lo que Jesús un día me dijo: “Déjate llevar” dice también ella en uno de sus
pensamientos, al que continúa: “Esta unión con la voluntad de Dios con Él
mismo, me absorbe por días más. Es lo único que absorbe mi vida: Servir a Dios
y agradarle” (Emilia Riquelme).
Puedo decir que María Emilia me ha enseñado la importancia
de la adoración ya que cuando una empieza el camino de la consagrada, a veces
como yo la mirada se nos va más a la misión. He descubierto que en la adoración
está la clave para ser una buena misionera: “Al pie del altar es donde se
amasan las grandes batallas del amor de Dios” (Emilia Riquelme).
¡Gracias María Emilia!
Griselda Luján
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